Es aquella parte de la clase obrera que queda fuera del proceso de producción y socialmente marginada.
El capitalismo crea un voluminoso ejército industrial de reserva, al tiempo que el pauperismo de la población crece progresivamente. Las crisis golpean periódicamente con fuerza a la clase obrera engendrando un importante sector de la población colocada en la miseria, sin expectativas ni esperanzas de ningún tipo que debe recurrir a toda clase de subterfugios para poder sobrevivir en unas condiciones lamentables. Ellos son el colchón que amortigua las caídas y evita que el sistema se rompa en pedazos.
El lumpenproletariado crece al mismo ritmo que la acumulación capitalista. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación de miseria, de tormentos, de esclavitud, de despotismo, y de ignorancia y degradación moral. Este sector social desempeña un papel económico fundamental y no es ningún residuo desechable. No son los despojos que va arrojando la sociedad en su marcha: es también uno de los motores de esa marcha; la marginación no es algo accesorio, prescindible, una secuela indeseada sino una pieza fundamental en el funcionamiento del sistema productivo capitalista. En contra de la lógica asistencial, los presupuestos de bienestar se incrementan en las fases de auge económico y se contraen en las de crisis, que es cuando deberían ser más cuantiosas. Lo que la clase dominante da y lo que la dominada necesita no son correlativos en absoluto. No hay políticas económicas capaces de erradicar la marginación social, porque es un fenómeno consustancial a esta sociedad que interesa promover como fuerza de choque contra los trabajadores. Así ha sido históricamente hasta hoy mismo: la caridad, la beneficencia y los servicios sociales es lo que siempre han pretendido. La política social es la otra cara de la política represiva: no es algo distinto sino más de lo mismo, una continuación de lo mismo.
El lumpenproletariado es extraordinariamente vulnerable y, por ello, es en su seno donde la burguesía ha reclutado la carne de cañón imprescindible para sofocar cualquier rebelión dirigida contra su dominio. La legión de los excluidos no se caracteriza, pues, por su inadaptación, sino por su exceso de adaptación precisamente. Nadie está más aferrado a los valores y símbolos capitalistas que sus primeras víctimas, quienes han padecido en sus carnes con toda crudeza la dialéctica del amo y el esclavo. No se trata sólo de un sector social desclasado sino privado de su conciencia de clase y, en consecuencia, el más expuesto al bombardeo mediático: todas las taras ideológicas de la sociedad actual se manifiestan más acusadamente entre estos desplazados entre los que la burguesía suele reclutar sus fuerzas de choque.
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